viernes, abril 14, 2006

Ciego Dios...



En un día tan especial como éste, deseo compartir con ustedes un poema, la poesía siempre me ha gustado, especialmente aquella que no es romántica, prefiero la que habla de la vida, de sus paradojas y de sus grandezas, aún recuerdo como Manuel Acuña "el bardo de Saltillo" cimbró mi alma a los 14 años, con aquellas frases de "La Ramera" y "Ante un Cadáver", así que un día buscando poesía que leer me encontré este poema que transcribo y también logró conmoverme, al principio no podía entenderlo, después comprendí...
Ciego Dios

Así te ves mejor, crucificado.
Bien quisieras herir, pero no puedes.

Quien acertó a ponerte en ese estado
no hizo cosa mejor. Que así te quedes.

Dices que quien tal hizo estaba ciego.
No lo digas; eso es un desatino.
¿Cómo es que dió con el camino luego,
si los ciegos no dan con el camino?...

Convén mejor en que ni ciego era,
ni fue la causa de tu afrenta suya.

¡Qué maldad, ni qué error, ni qué ceguera!..
Tu amor lo quiso y la ceguera es tuya.

¡Cuánto tiempo hace ya, Ciego adorado,
que me llamas y corro y nunca llego!...

Si es tan sólo el amor quien te ha cegado,
ciégueme a mi también; ¡quiero estar ciego!.

Alfredo R. Placencia
Jalostitlán 1873 - Guadalajara 1930

Párroco en pueblos apartados, Placencia fue el iniciador de una poesía auténtica que supo hallar un tono diferente al de los místicos españoles. Toda su obra, que apenas comienza a a ser leída, es como una potente oración que interrroga a Dios.

Una vez que logré atisbar el significado de la poesía, realmente me parece hermosa, nos habla del amor de Cristo, del poder infinito del amor, el amor a toda prueba, a pesar de todo y sobre todo, Jesús nos invita a amar, a amar a la vida, a amar a los otros, a amarnos a nosotros mismos, a perseverar en el amor, en el fracaso, en la enfermedad, en la adversidad, siempre con un corazón pronto para amar, amar aquello que no entendemos, que no comprendemos, pero amar, confiar en el amor de Dios, entregarnos al amor de Dios, es tan sencillo y lo complicamos tanto, bien decía Dios que tenemos que ser como niños para entenderle, solo hay que amar intensa, profunda y plenamente a todo y a todos. Si ese es el camino yo también hago mío el grito de Placencia: ¡Quiero estar ciego! Ciégame a mi también.