miércoles, marzo 29, 2006

Aprender a orar

"La oración hace temblar los cimientos del universo. Suscita la ayuda de Dios. Lleva una profunda sabiduría, junto a la cual, la del científico y el erudito no es más que la llama de una minúscula vela en la deslumbrante claridad del mediodía. Persevera en la búsqueda de esa sabiduría, guía prudentemente a otros en su viaje íntimo y te encontrarás tú mismo en una senda que conduce no sólo a una honda paz interior, sino también a esa paz del mundo a la que tan ardientemente aspiran en todas partes los seres humanos"
William Johnston.


Sé indulgente conmigo un momento y déjame sentarme a tu lado,
que luego terminare lo que estoy haciendo.
Mi corazón, si no te ve, no tiene sosiego,
y mi trabajo es como un afán infinito en un fatigoso mar sin playas.
El verano ha venido hoy a mi ventana, zumbando y suspirando,
y han venido las abejas, trovadores en la corte del bosque florecido.
Es el tiempo de sentarse quieto frente a ti, el tiempo de cantarte,
en un ocio mudo y rebosante, la ofrenda de mi vida.


Que sólo quede de mí, Señor, aquel poquito
con que pueda llamarte mi todo.
Que sólo quede de mi voluntad aquel poquito
con que pueda sentirte en todas partes,
volver a Ti en cada cosa, ofrecerte mi amor en cada instante.
Que sólo quede de mí aquel poquito con que nunca pueda esconderte.
Que sólo quede de mis cadenas,
aquel poquito que me sujeta a tu deseo,
aquel poquito con que llevo a cabo tu propósito
en mi vida: la cadena de tu amor.


Mi oración, Dios mío, es ésta:
Hiere, hiere la raíz de la miseria en mi corazón.
Dame fuerzas para llevar ligero mis alegrías y mis pesares.
Dame fuerzas para que mi amor dé frutos útiles.
Dame fuerzas para no renegar nunca del pobre
ni doblar mi rodilla al poder del insolente.
Dame fuerzas para levantar mi pensamiento
sobre la pequeñez cotidiana.
Dame en fin, fuerzas para rendir mis fuerzas,
enamorado, a tu voluntad.


Cuando esté duro mi corazón y reseco,
baja hasta mí como un chubasco de misericordia.
Cuando haya perdido la gracia de la vida,
ven a mí con un estallido de canciones.
Cuando el tumulto del trabajo levante ruido en todas partes,
ocultándome el más allá, ven a mí,
Señor del silencio, con tu paz y tu sosiego.


Cuando mi pordiosero corazón esté acurrucado
cobardemente en un rincón,
rompe tú mi puerta, Rey mío, y entra en mi
con la ceremonia de un rey.
Cuando el deseo ciegue mi entendimiento con polvo y engaño,
¡vigilante santo, ven con tu trueno y tu resplandor!


Permite, Dios mío, que mis sentidos se dilaten sin fin,
en un tributo a Tí, y toquen este mundo a tus pies.
Como una nube baja de julio, cargada de chubascos,
permite que mi entendimiento se postre
a tu puerta, en un tributo a Tí.
Que todas mis canciones unan su
acento diverso en una sola corriente,
y se derramen en el mar del silencio, en un tributo a Tí.
Como una bandada de cigüeñas que vuelan, día y noche,
nostálgicas de sus nidos de la montaña, permite, Dios mío,
que toda mi vida emprenda su vuelo a su hogar eterno, en un tributo a Tí.


Rabindranath Tagore