viernes, febrero 10, 2006

¿POR QUÉ INTRAMUROS?


Por que se trata de un espacio que me permita ir hacia dentro, explorar aquello por lo que cada día despierto y me siento vivo.

Por que de algún modo hay que traspasar los muros que creamos para construirnos una imagen externa que a veces agobia y asfixia nuestra verdadera naturaleza.

Por que intramuros están los motivos, los anhelos, los sueños, las ideas y sentimientos que dia a dia nos permiten levantarnos para saludar a la vida.

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Naturalmente, Blaise Pascal lo expresó mejor que nosotros y antes que nosotros: ¿Hay algo más doloroso y que exalte más que el hecho de ser hombre en medio de un cosmos secreto, incomprensible en su finalidad; un cosmos que nos penetra por los estrechos poros de nuestros sentidos, y no obstante nos forma y amalgama; que existió antes que nosotros y que persistirá cuando nosotros ya no existamos; un cosmos en perpetuo cambio como nosotros mismos, mientras un artefacto cualquiera nos da un sentido de lo estable y de lo discontinuo, cuando fabricamos lo finito con la aprehensión de lo infinito?

Añadan que si este hombre estudia la vida, se aprovecha de la experiencia de sus predecesores que le han confiado cierto conocimiento de determinado aspecto de la vida y de la muerte, problemas esenciales si los hay, pero que no pueden ser separados del cosmos, de la materia y de la energía, ni del tiempo.

Cuando, en la soledad de un paisaje elevado, se contempla el fragmento de tierra que nos limita en el horizonte, el espíritu salta de ese espacio estrecho a los espacios infinitos, del tiempo presente al de las épocas geológicas pasadas; se asusta al remontarse al nacimiento de nuestro mundo, se pierde y abandona toda esperanza de comprender nada ante la idea de la del universo. De ese sentimiento trivial emergen dos nociones, la del espacio y la del tiempo, que se nos dice que son relativas y, si cae la noche, sabemos también que la luz que nos llega de esa estrella partió, hace algunos millones de años-luz, de una masa de materia caótica que no existe quizás en el momento en que la vemos.

Desanimados, nuestras miradas vuelven a caer sobre ese pequeño horizonte terrestre que nos rodea. Imaginamos nuestro globo errando y girando en el espacio e intentamos tranquilizarnos con la presencia de ese encino cercano cuyas hojas tiemblan en el aire de la noche, con el ruido de la ciudad que trabaja y sufre a nuestros pies, con la presencia de esos hombres encadenados en la misma nave cósmica y que no parecen preocuparse de ello. Nos sentimos reconfortados con la hormigueante vida que nos rodea. En ese trozo de mar que entrevemos a lo lejos, sabemos que cada milímetro cúbico es ya un mundo de formas microscópicas y, bajo nuestros pies, adivinamos la vida en formas bacterianas, de los hongos y microartrópodos. Sabemos o creemos saber cómo esa vida adquiere su origen en la energía fotónica del sol. Intentamos representarnos la organización molecular que la sostiene. De la mólecula nuestra imaginación pasa al átomo y a lo que la física cuántica nos hace conocer: otra dirección del espacio, acaso más familiar, hacia lo infinitamente pequeño, que se resuelve en la energía, o dicho de otro modo, en nuestra ignorancia.

Y el tiempo está siempre ahí, incomprensible. ¿Qué era este fragmento de terreno hace cien, mil o un millón de años atrás? ¿Qué era este paisaje, este fragmento de materia inanimada con la capa de vida que lo cubre? Nada ha cesado desde el principio, todo ha sucedido siempre, y nada sabemos de todo ello hasta la aparición de la conciencia humana. Además, ésta jamás ha sido la misma y debe contentarse con una mirada retrospectiva muy empañada por un antropomorfismo de actualidad. El Hombre jamás ha sido el mismo hombre en el mismo ambiente y la Historia en realidad no existe.

Sin embargo ahí están esos caminos, esas chimeneas de los hornos tabiqueros, esas luces de neón, todo lo que el hombre ha creado, construido, atormentado. No tiene nada de hormiguero o de colmena, semejante a sí mismo desde hace millones de años. Hay esa complejidad creciente de la materia que se organiza. Hay hombres, muy numerosos, que lo invaden todo y que, hasta en ese lugar todavía puro, han construido esas torres para alta tensión.

Y entonces la esperanza vuelve suavemente a este estudioso de la vida que adivina un vínculo, o más bien una ausencia de discontinuidad, entre la bacteria anaerobia que holla su pie, las últimas luces de un rojo sol que se pone, la verde hoja del encino, el reloj que, en su muñeca, le dice que es la hora en que le estan aguardando para la cena familiar, y el obrero que entra a la fábrica.

Entonces, antes de descender de su colina para mezclarse de nuevo con la agitación humana, una certeza le oprime en forma de monstruo bicéfalo, de dialéctica intransigente. Certeza de no poder nunca conocer nada de una manera absoluta, a pesar de la multiplicación enorme de los sentidos humanos, a pesar de la multiplicación de los medios de aprehensión del mundo, el microscopio y el telescopio. Porque, para conocer de manera absoluta, tendríamos que estar al mismo tiempo en el exterior y en el interior de todo. Deberíamos poder contemplarlo todo por fuera y por dentro a la vez y en conjunto. Y, no obstante, conocer, aprehender el mundo lo más completamente posible parece ser, en verdad, el deber innato de cada hombre, la única manera, para él, de integrarse al cosmos, a los otros hombres, a la vida y a la materia, con la consciencia de su acción sobre él y de su acción sobre ellos.

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CORAZÓN

Corazón, sé una puerta cerrada para el odio:

de par en par abierta siempre para el amor.

Sé lámpara de ensueños celestes, y custodio

de cuanto noble germen nos prometa una flor.

Corazón, ama a todos, late por todo anhelo

santo, tiembla con todo divino presentir;

da sangre a cuanto impulso pretenda alzar el vuelo;

calor a todo intento de pensar y de vivir.

Sé crátera de vino generoso, que mueva

a los grandes propósitos. Sé vaso de elección,

en donde toda boca sedienta la fe beba.

Sé roja eucarístia de toda comunión, corazón.

Amado Nervo